Por: Carlos Hernández

Oriente Medio ha sido tradicionalmente una zona geopolítica muy inestable que se devanea entre gobiernos aristocráticos, dictaduras y otras formas de gobierno corruptas. En este mismo sentido, se presenta un factor que caldea aún más los ánimos y es la presencia de enormes reservas y producción de crudo de petróleo y gas, generando más inestabilidad. Desde que se puso en marcha la industria y la economía de los hidrocarburos, esta región y sus poblaciones y naciones han padecido la presencia de las potencias occidentales que en su deseo interminable de riqueza y dominación han promovido golpes militares, golpes de Estado y gobiernos corruptos de toda índole, que han oprimido estos pueblos y han generado una reacción violenta comprendida por las ideologías fundamentalistas, que hoy son protagonistas en el mundo, por sus bárbaros métodos de combate, más conocidos desde el 11 de septiembre en EE.UU. y más recientemente, con los mortíferos atentados llevados a cabo por los militantes del Estado Islámico en Europa.

Desde el año 2011, con el apoyo de los servicios secretos occidentales, se promovieron diferentes estallidos sociales que derrocaron gobiernos en todo el Medio Oriente. De esta forma, cayeron por presiones populares y revueltas, manipuladas al acomodo de las potencias, los regímenes de Túnez, Egipto y Libia, además de estallar una guerra civil en Yemen y promover un falso levantamiento popular en Siria. Estos movimientos se hicieron en orden a realizar una intervención geopolítica integral en la región, con miras a acabar la presencia china y rusa, además de cercar el enemigo número 1 de EE.UU. de una fuerte presencia en la región: La República Islámica de Irán. Este es el contexto que antecede el surgimiento de una guerra en Siria donde combaten en esencia, mercenarios contra el gobierno socialista, revolucionario y nacionalista de Bashar Al-Assad.

La intervención de golpes suaves y falsos levantamientos populares promovidos por EE.UU. y sus aliados, no funcionó en Siria puesto que el gobierno (durante décadas en el poder) había mantenido un buen nivel de vida de la población. En sus directrices estaba la soberanía, por lo cual no entregó su nación a la OTAN o a los intereses de EE.UU. ni al Fondo Monetario Internacional. Además, en su ciudad de Tartus, está una gran base de la armada rusa que le garantizaba el acceso al Mar Mediterráneo la cual es impensable perder. Por supuesto que Siria y Rusia siempre fueron aliados desde la época de la guerra fría, pero estas situaciones, sumadas a la necesidad que tienen las economías de Europa y EE.UU. no sólo del petróleo sirio sino por el proyecto de atravesar un oleoducto y gasoducto desde los yacimientos de los países del Golfo Pérsico como Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Arabia Saudita e Irak que salga al Mediterráneo o al Bósforo configuraron su sino trágico al ser puesto en la mira de las potencias occidentales.

Es necesario decir que las fuerzas armadas sirias habían dejado que su entrenamiento, doctrina y equipos militares quedaran obsoletos para el nuevo escenario pos guerra fría y no estaban preparados para enfrentar amenazas internas asimétricas, sino que estaban medianamente preparados para una guerra regular con el potencial enemigo que es el Estado de Israel y con quien había perdido los Altos del Golán en la Guerra de Yom Kippur. Esa situación de enfrentamiento con los judíos estaba en un punto muerto por la superioridad armada y tecnológica alcanzada por los israelíes, entonces se puede decir que la defensa y seguridad nacional estaban en un letargo promovido por el frágil equilibrio de poder durante varias décadas.

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