Por: Camilo Vizcaya Rodríguez

Dicen que para ser un destacado billarista se requiere tener habilidades en la trigonometría. Un buen ‘tacador’ no deja su jugada al azar, pues conoce muy bien los ángulos del sistema de diamantes en la mesa. No obstante, aunque los jugadores de billar profesionales ven en su deporte un alto grado de cientificidad dura, la realidad es que desconocen que, al jugar, llevan a cabo una representación casi perfecta de las relaciones internacionales.

Uno de mis teóricos preferidos de las Relaciones Internacionales, Joseph Nye, explica la dinámica contemporánea de las relaciones internacionales bajo la lupa de la Teoría de la Interdependencia. Consiste, brevemente, en la dependencia mutua entre las unidades del sistema ante situaciones o procesos específicos que generan acciones o reacciones; similar a lo que ocurre en una mesa de billar, cuando una bola golpea a las demás con la fuerza y momento suficientes para alterar sus comportamientos. Bajo esta analogía, no sería (tan) descabellado afirmar, ergo, que los diplomáticos somos grandes billaristas.

La lógica es simple: holísticamente entendemos que el mundo es como una mesa de billar, pues tiene una estructura finita que permite la interacción de las bolas, que no son solo eso, sino unidades del sistema (como los Estados y demás sujetos de Derecho Internacional Público) y que estas no son estáticas toda vez que existen procesos – como cuando el ‘tacador’ golpea una bola – que desencadenan acciones y reacciones de las unidades alrededor de la mesa. Dicho de otro modo, las relaciones internacionales son como una partida de billar en la que los diplomáticos son sus jugadores.

Al inicio mencioné que el billar es una representación casi perfecta de las relaciones internacionales. No lo es del todo en tanto los Estados – las bolas – son de distinto tamaño y, por ende, su influencia (y liderazgo) sobre las demás unidades es diversa y cambiante.

Por lo anterior, resulta interesante preguntarnos: ¿qué tipo de bola de billar es Colombia? Sin duda, una en constante crecimiento. Durante gran parte del Siglo XX, la doctrina réspice pollum se caracterizó como nuestro proceso más relevante de política exterior en la mesa de billar. Además, a pesar de algunas brillantes excepciones, a causa del conflicto armado no le otorgamos tanto rigor al sector exterior como hubiéramos deseado, hecho que nos identificó en esa gran mesa como una unidad más bien pequeña y con incidencia de corto alcance sobre las demás.

Sin temor a equivocarme, hoy en día el panorama es diferente. Y no solo porque cada vez estamos más cerca de ser un país en paz o por el saludable desempeño de nuestra economía, sino porque Colombia está en proceso de materializar diversas oportunidades en el escenario internacional.

Con un servicio exterior cada vez más nutrido de experiencia y profesionalización, se ha posicionado al país en el debate de importantes procesos como la prevención del delito, la lucha contra las drogas, el cambio climático, la cooperación para el desarrollo, la integración regional, la diplomacia pública y la inserción hacia espacios antes no contemplados, como Eurasia y Asia-Pacífico.

Es por lo anterior que en la mesa de billar que simboliza las relaciones internacionales, Colombia ha trascendido a ser una unidad cada vez más grande, no solo en ‘volumen’, sino en el valor que tiene para aportar en los procesos internacionales. Aún perduran bolas de mucha mayor envergadura, protagonismo e incidencia. Sin embargo, nuestro país y su servicio diplomático, definitivamente, no se quedan atrás; en palabras del ex canciller Guillermo Fernández de Soto, para Colombia ‘El Universo es el límite’.

Tomado de: http://blogs.elespectador.com/actualidad/ese-extrano-oficio-llamado-diplomacia/breve-reflexion-colombia-la-diplomacia-billar

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